
El atentado con explosivos del gobierno francés contra el barco “Guerrero Arco iris” en Auckland, Nueva Zelanda- que se llevó la vida del fotógrafo Fernando Pereira- nos recuerda que existen fuerzas en el mundo que defenderán sus intereses y su poder sin importar las consecuencias. Que no se detendrán ante nada. Cuarenta años después, esto sigue siendo cierto.
Mientras la crisis climática se agrava el costo de enfrentar sus impactos sigue aumentando, y muchos de los mecanismos que antes protegían las normas ambientales o humanitarias están siendo desmantelados o ignorados. En este contexto los ataques al activismo y a la sociedad civil se intensifican.
Hoy a 40 años del atentado contra uno de nuestros barcos insignias recordamos que a las bombas, balas o a los daños físicos con lo que nos quieran frenar no son las únicas amenazas que enfrentamos. En los últimos meses, organizaciones ambientales y de derechos humanos como Greenpeace hemos sido objeto de discursos de odio y ataques legales que buscan paralizar nuestra capacidad de trabajar.

Grandes corporaciones contaminantes y grupos que se benefician de la destrucción de la naturaleza y de incumplimientos legales están usando su poder para reducir nuestro derecho a protestar pacíficamente y silenciar la disidencia. Claro ejemplo de esto son las medidas SLAPP (Demandas Estratégicas contra la Participación Pública), las intimidaciones legales diseñadas para agotar los recursos de una organización o al menos destruir su capacidad de hacer campañas.
Los últimos 40 años nos han enseñado que ellos solo ganan si nosotros nos rendimos. No lo hicimos. No lo haremos. Incluso después de un ataque tan grave como el sufrido por el barco Rainbow Warrior pudimos seguir resistiendo, luchando y ahora más que nunca debemos convertir la esperanza en acción y, al hacerlo, generar la valentía para resistir.
¿Qué pasó la noche del bombardeo al Rainbow Warrior?

En 1985, el barco Rainbow Warrior acababa de regresar de evacuar la isla de Rongelap, contaminada por la radiación, y se encontraba cargando combustible y realizando tareas de mantenimiento antes de una protesta planificada contra las armas nucleares francesas en el atolón de Mururoa.

Esa misma noche, la tripulación y los activistas habían estado celebrando un cumpleaños. La mayoría ya dormía cuando dos hombres se sumergieron en el agua y colocaron dos explosivos en el barco. El primero dio en la cubierta, dejando un gran agujero. Por lo cual, enseguida se procedió a la evacuación de la tripulación que estaba a bordo.

Tras este primer ataque, algunos integrantes volvieron para constatar los daños ocasionados. Entre ellos se encontraba el fotógrafo Fernando Pereira, quien había vuelto para buscar su equipo profesional. Fue entonces que la segunda bomba impactó y provocó el hundimiento del barco. Fueron 4 minutos los que tardó en desaparecer bajo el agua. Pereira no pudo escapar y murió ahogado. Era padre de dos niños y recién había cumplido 35 años.

Al conocerse los hechos, el gobierno francés declaró no estar involucrado pero esta versión no se logró sostener. Muy pronto, el Primer Ministro admitió que la orden de concretar la operación había salido del mismo gobierno. Con ese atentado no sólo intentaban hundir un barco, sino un movimiento, atacar el activismo y silenciar la voz de la esperanza. Pero fracasaron.

En los meses siguientes, el mundo se indignó ante el terrorismo de Estado contra los manifestantes pacíficos. La historia del bombardeo, así como las pruebas nucleares y sus consecuencias, recibió una condena mundial. Personas de todo el mundo escucharon la historia de la tripulación a bordo del barco y su convicción de que la esperanza no es un estado mental pasivo ni simple, sino la decisión de actuar.
Un par de años después, en 1987, una corte internacional ordenó a Francia pagar a Greenpeace 8.1 millones de dólares estadounidenses en compensación por los daños causados de manera deliberada al bombardear el Rainbow Warrior.
En cuanto a los responsables del ataque, a la mayoría se les perdió el rastro. Sólo dos agentes fueron llevados a juicio. Dominique Prieur y Alain Mafart fueron sentenciados a 10 y 7 años de prisión en la base militar francesa en Polinesia. Sin embargo, a los dos años fueron liberados.
Después del bombardeo, Greenpeace reemplazó al Rainbow Warrior con una nueva embarcación que lleva el mismo nombre (y que se financió usando el dinero que el gobierno francés tuvo que pagar como compensación.) Durante más de 20 años el Rainbow Warrior II continuó la tradición de su predecesor navegando los mares del mundo en defensa de la naturaleza. Hoy el barco es un velero (Rainbow Warrior III) que nació en el año 2011 y sigue en actividad.
La esperanza es el martillo que rompe el cristal en tiempos de emergencia.

En lugar de ceder ante la violencia, Greenpeace y el movimiento ambiental redobló sus esfuerzos y continuamos las campañas contra las pruebas nucleares. Y en 1996, ganamos. Aunque no abandonamos nuestro trabajo. En los últimos meses, realizamos una gira por las Islas Marshall para documentar el legado persistente de las pruebas nucleares. Generaciones de habitantes de las islas aún viven con los impactos en la salud, la contaminación radiactiva de sus tierras y aguas, y el desplazamiento forzado de sus hogares. La sombra de la guerra nuclear, en lugar de alejarse, vuelve a crecer.

Hoy, al conmemorar el 40.º aniversario del ataque y la agresión al activismo, las fuerzas que llevaron al Rainbow Warrior al puerto de Auckland siguen dolorosamente presentes.
Desde Greenpeace Chile como organización independiente —económica y políticamente—, rechazamos cualquier intento de intimidación contra la libertad de expresión y la protesta pacífica. Seguiremos defendiendo el derecho de personas, comunidades y activistas a alzar la voz en defensa del medioambiente. Porque de ello depende el futuro, no sólo de cientos de especies, sino que de nosotros mismos. No vamos a retroceder.
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Author: Lau Colombo